Tu mundo, tu casa

En el midrash, obra de pensamiento fundamental en el judaísmo (fuente y canal de transmisión para jurisprudencia, legislación, tradiciones y creencias), más precisamente en el “Kohelet Rabba” (cap. 7), encontramos:

‘“Considera la obra de Dios: porque ¿quién puede enderezar lo que él (el hombre) ha torcido?” (Kohelet / Eclesiastés7:13)
Cuando el Santo Uno, bendito sea Dios, creó al primer humano, Él lo tomó y lo condujo alrededor de todos los árboles del Huerto del Edén, y le dijo: “Contempla mi obra, cuan bella y admirable es. Todo esto que he creado, para tu beneficio lo he creado. Pon mucho cuidado no sea que corrompas y destruyas mi universo, porque si lo corrompes, no hay nadie que lo pueda reparar luego de ti”.’

Una interpretación clásica es que la persona tenga cuidado en su comportamiento, que viva de modo ético, en sintonía con su esencia espiritual, siendo fiel a los mandamientos que le corresponde, desplegando una existencia de constructor de Shalom; pues, luego de su muerte, ¿quién podrá modificar lo que haya sembrado para su vida en la eternidad?
Cosechará y gozará (o padecerá) aquello que haya sembrado en su vida terrenal.
Es decir, vive a pleno de Este Mundo, disfruta de lo permitido, pero apártate de lo prohibido, para que tu vida sea radiante aquí y plácida allá.

En palabras del Ramjal:

“En resumen, el hombre no fue creado para su  existencia en este mundo, sino para la del Mundo Venidero, ya que su vida aquí es sólo un medio hacia su objetivo final.
Existen numerosas máximas similares de nuestros Maestros asemejando este mundo al lugar y tiempo de preparación y al Mundo por Venir como consecuencia de lo anterior, como el lugar de descanso y disfrute.”

Otra interpretación, también clásica, no se concentra en el individuo, sino en la relación entre el hombre y el ambiente.
El mensaje nos alienta a considerar la belleza de la creación, a hacer uso de ella, a ejercer nuestro dominio sobre lo creado (tal y como nos indica Dios en Bereshit / Génesis 1:28), pero procurando que nuestras acciones no corrompan el mundo, ni tuerzan lo que debe ser recto.
Es decir, se reconoce en el ser humano un inmenso poder constructivo, pero a la par uno destructivo.
Un poder otorgado por Dios, que reposa en la conciencia y voluntad del hombre cómo lo administrará en áreas tan relevantes como el aire y la contaminación acústica, contaminación del agua, el reciclaje de residuos, sustancias peligrosas, la protección de la fauna y la vegetación, el uso de los recursos naturales, la distribución de la riqueza, la siembra de transgénicos, experimentación genética, el establecimiento de reservas naturales, entre otros fundamentales aspectos.

El que se niega a reconocer el papel “redentor” o “devastador” del ser humano en la creación, porque de forma mágico-infantil considera que solamente Dios hace o deshace, se puede decir que está utilizando la religión como una póliza de seguro para seguir haciendo lo que quiere hacer, como una excusa para inflar su EGO.
En otras palabras, cree o supone que las acciones del hombre son tan débiles y sin potencia que no pueden tener efectos perjudiciales permanentes.
A partir de esto, se podría considerar que el hombre es libre para consumir tanto como le sea posible, sin límites, sin cuidado, sin consideración por el equilibrio del ambiente, sin atención al destino de los residuos, etc.; ya que, el hombre en nada puede afectar a lo creado. No hay poder real sobre lo creado, y por lo tanto, el hombre no tiene sentido de responsabilidad hacia ella.
Curiosamente, esto también abre un peligroso camino en las políticas públicas; por ejemplo, el dejar con entera autonomía a la sociedad y el individuo en manos del libre mercado. Por ejemplo, la creencia de que el comportamiento humano siempre se resolverá en beneficio de todos. Por ejemplo, que la naturaleza cuenta con sus propios mecanismos para restablecer el equilibrio, restaurar lo dañado, mantener el ritmo de producción estable, etc..
Entonces, se reduce el papel del gobierno a no intervenir, no encuadrar, no limitar, no orientar, sino meramente acompañar y admitir y recaudar impuestos.
Se puede consumir tanto como se quiera y asumir que el universo funciona de tal forma que es imposible el daño permanente.
Aunque parezca infantil, tonto, irracional, es lamentablemente una realidad patente, que así se comportan numerosos gobiernos que hacen caso omiso a los llamados de atención para corregir los daños que se van provocando por la acción productiva del hombre.

Recordemos, tenemos derecho al dominio de la tierra, pero también que rendir cuentas, pues Dios ha declarado:

Mía es toda la tierra
(Shemot / Éxodo 19:5)

Somos inquilinos, con muchos derechos, pero no la plenitud de la potestad, ya que debemos someternos a la inspección y al justo balance ejecutado por el Dueño, según se desprende del texto:

El Eterno, el Dios, tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo trabajara y lo cuidara.”
(Bereshit / Génesis 2:15)

Por tanto, tenemos el poder, y la libertad, pero la consiguiente responsabilidad por el resultado de nuestros actos.
Vivir de modo despreocupado, consumiendo insaciablemente, deteriorando el ambiente, provocando calamidades sin cesar, no es admisible, no es racional, no es provechoso, no es “espiritual”.

Resulta interesante que sepamos lo que el Ramban comenta en el versículo de Bereshit 1:28, que aludimos más arriba.
Según Najmánides, el comando divino de “tener dominio sobre" debe entenderse como que al hombre se le dio el poder sobre la tierra para hacer lo que sea su voluntad con el resto de las criaturas, para construir, arrancar raíces, plantar, aprovechar las minas de metal y similares. La frase, por lo tanto, se refiere a la conquista del hombre del desierto y sus esfuerzos constructivos para civilizar y habitar el mundo, aprovechar las fuerzas de la naturaleza para su propio bien y explotar la riqueza mineral a su alrededor.
Es decir, convertirse en un dínamo en la construcción de un mejor mundo para vivir, en hacer de este mundo una morada para la Divina Presencia.
En síntesis, ser un constante constructor de Shalom.
Orden dada ya desde el comienzo.
Así pues, no es un permiso para devastar el mundo para enriquecerse y engrosar el EGO, sino un poder para mejorar la creación, para llevarla a un nivel más alto, en donde lo espiritual resplandece en lo material.

Es en esta línea que el genio del siglo pasado, el Rav Kook, enseñó:

"No puede caber ninguna duda para cualquier persona iluminada o reflexiva, que el ‘dominio’ mencionados en la Biblia en la frase: ‘y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, y sobre todo ser viviente que se arrastra sobre la tierra’, no es el dominio de un tirano que trata con dureza a su pueblo y los funcionarios a fin de lograr sus propios deseos y caprichos personales. Sería impensable que Dios ordenara una ley tan repugnante de sometimiento y que fuera estipulado para siempre en el mundo de Dios, porque Él es bueno para todos y cuya misericordia se extiende a todo lo que Él ha creado, como está escrito, ‘la tierra se basa en la misericordia’ (Tehilim / Salmos 89:3). "

Así pues, un dominio para ser ejercido con sabiduría, con mesura, con bondad, tal como Él actúa para con Su creación.
Así como Él establece Shalom en las alturas (Ieshaiá / Isaías 45:7), que seamos nosotros constructores de Shalom aquí debajo.

Tenemos pues que no hay destino más alto para el hombre que vivir constantemente como un constructor de Shalom, actuando con bondad y justicia, en lealtad hacia el Eterno.
Esto incluye, por supuesto, el ejercicio de un dominio saludable sobre la naturaleza, una responsabilidad ineludible.

Como siempre, el trabajo comienza por dominar el EGO, canalizar su potencia hacia fines positivos.
Al dejar de lado el engorde egoísta, se posibilita la toma de conciencia del prójimo, el respeto por el ambiente, el anhelo por llevar una vida mesurada y en equilibrio.
No es meramente reclamar por leyes ambientalistas, sino provocar una revolución, o quizás evolución, en el centro de vida de miles de millones de congéneres, quienes se encuentran esclavizados por el EGO, supeditados a religiones y creencias que los infantilizan, los vejan, los esclavizan, para que unos cuantos sean beneficiados con poder material, renombre, dinero, imperio.

El trabajo por reformar el mundo, corregirlo, perfeccionarlo no puede ser evitado, no hay tiempo para más excusas.
El tiempo urge, el daño que la humanidad ha provocado al mundo, al entorno, al prójimo, es cada vez más evidente.
El descalabro social, la violencia constante, el malestar de la cultura nos agobian.
En tanto las religiones siguen adoctrinando, siguen sometiendo, siguen emparentadas con los malos políticos y peores ciudadanos que engañan y usurpan para obtener réditos materiales.

Kohelet Rabá, así como decenas de fuentes de la Tradición, nos enseña que tenemos poder, uno que puede destruir la creación. La conciencia de nuestro poder nos obliga a limitarnos y adquirir humildad, para ejercer cabalmente el papel de custodios, tanto en términos de física del planeta, así como en términos de formulación de políticas. Tenemos el poder de destruir la sociedad, por lo que la gente, directamente como a través de sus funcionarios electos tienen que permanecer vigilantes en la supervisión y el equilibrio de las diversas fuerzas en el juego.

Depende de cada uno y de todos.
Para finalizar, un relato del Talmud (Bava Kama 50b), espero que comprendas la moraleja:

“Érase una vez, un agricultor que estaba limpiando su terreno, tirando piedras de su campo a la carretera pública. Un hombre piadoso que pasaba lo reprendió: ‘Loco: ¿Por qué tiras piedras de la propiedad que no es tuya a tu propiedad?’.
El agricultor se burló de estas palabras (¿Cómo que no era su propiedad, si era su campo el que estaba limpiando de las molestas piedras?)
Algún tiempo después, obligado por deudas tuvo que vender su campo.
Una noche, al pasar junto a su antiguo campo, tropezó y cayó sobre una de las piedras que había arrojado allí. Tendido en la agonía, se dio cuenta de cuán cierto había sido las palabras del hombre piadoso.”

Y la moraleja es…

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