El reclamo de unas mujeres valerosas

Esta semana corresponde leer la parashá llamada Pinejás (es un nombre propio), que es la octava del cuarto tomo de la Torá, el sefer Bemidbar, conocido en español como «Números».

El reclamo de unas mujeres
Hay un interesante relato en nuestra parashá.
Poco tiempo antes de ingresar a la Tierra Prometida por Dios a Israel, interpelan a Moshé y los magistrados las hijas de un justo hombre, llamado Tzelofejad, que había fallecido sin dejar hijos varones.
Su petitorio era que, si bien no había hombres pertenecientes a su familia paterna, ellas igualmente fueran tomadas en cuenta al momento de repartirse la Tierra, y que se les convalidara su derecho a heredar lo que correspondía de su padre.

Quizás a nuestro parecer este pedido resulta llamativo o extraño.
Pero, recordemos que en la época en la cual se desarrollaron estos eventos, eran muy escasos los derechos que las sociedades les conferían a las mujeres, estando casi siempre relegadas a un rol secundario, sino servil en relación a los varones de su familia.
Por ejemplo, en la tan civilizada y democrática Grecia (todavía varios siglos más adelante), las mujeres no tenían derechos ciudadanos, ya que estaban absolutamente bajo el dominio de su padre, hermano o marido. Ni siquiera se les permitía salir a la calle solas, puesto que de hacerlo se las trataba como si fueran prostitutas, o personas de baja condición social.
Ni qué hablar de las sociedad que nosotros suponemos como más retrógradas.

Por lo cual, ya el hecho que las hijas de Tzelofejad hayan podido en encarar a Moshé y la plana mayor de Israel, y que libremente hayan expresado sus anhelos e intereses, nos va señalando que en la cultura judía las mujeres son personas con derechos y dignas de ser atendidas y respetadas.

Más remarcable aún es el hecho que estas mujeres están reclamando, respetuosamente pero a viva voz, porque consideran que serán atendidas y no se las burlara o menospreciara por exigir aquello que creen que es justicia.

También es destacable que, en lugar de usar una demanda como excusa para rebelarse, tal como tantas veces otros hicieron y aún hacen, estas mujeres presentan respetuosamente sus justificadas peticiones, a la espera de que se proceda con rectitud y honradez en el liderazgo de Israel.

Más sobresaliente es que éstas mujeres se toman la atribución de señalar a Moshé y a los magistrados que ellos han omitido especificar el caso de las mujeres, y que no han consultado exhaustivamente al Eterno en lo referente a este asunto.
¿Acaso es pareja la ley de herencias para hijos e hijas?
¿Cómo ha de procederse en el caso que no hubiera varones?
¿Será que la mujer debe estar siempre bajo la tutela de algún hombre que se cree todopoderoso?
¿Será que las adquisiciones y propiedades familiares se pierden de no haber descendencia masculina?
Hasta ahora, ninguno de los magistrados se había dedicado a precisar este importante asunto, ni habían inquirido del Eterno por normas o pautas.

En otras sociedades (incluso actualmente, ver en este artículo la sección dedicada a las mujeres) los varones en el poder no hubieran dudado mucho antes de humillar a las reclamantes y desechar la solicitud, si es que no directamente eliminar a estas mujeres, bajo el pretexto de que eran revoltosas, brujas o vaya uno a saber que excusa insulsa y carente de sentido.
¿Con qué finalidad?
Pues, la de someter el poder femenino bajo la bota del temeroso varón.
Pero, no es así en Israel.
En la cultura judía:

«Moshé [Moisés] llevó la causa de ellas a la presencia del Eterno»
(Bemidbar / Números 27:5)

Y el mismísimo Todopoderoso:

«respondió a Moshé [Moisés] diciendo:
-Bien dicen las hijas de Tzelofejad…
»
(Bemidbar / Números 27:6-7)

Eshet Jail – Mujer valerosa
Eventualmente, Dios hubiera declarado las leyes concernientes a la herencia de las hijas, sin que interviniera el reclamo judicial de las hijas de Tzelofjad, sin embargo, Él estimó que el momento propicio para revelarlas fue éste.
¿Por qué?
Pues, podemos suponer en principio que para dar mérito a la mujer judía, valerosa y justa, de la cual fue dicho:

«Su boca abre con sabiduría,
y la Torá de la misericordia está en su lengua.
»
(Mishlei / Proverbios 31:26)

En la Torá no faltan ejemplos de mujeres destacadas, heroínas, frecuentemente superando en valentía, lealtad y sagacidad a sus pares varones, tal como por ejemplo leemos:

«Entonces Elokim dijo a Avraham: -En todo lo que te diga Sara, hazle caso…»
(Bereshit / Génesis 21:12)

La apropiada demanda de las hijas de Tzelofejad es una nueva oportunidad para alabar la bondad del espíritu de la mujer judía.

Guardar el derecho de uno, es preservar los derechos de todos
Un segundo motivo podría ser para enseñar a las autoridades, líderes y pueblo todo, que cuando pronto, cuando ingresen a la Tierra Prometida no deben copiar los usos despóticos y misóginos de otras culturas. Sino mantener en alto el ideal de la familia judía, con el gobierno del hogar y familia en manos de la madre, de modo tal de promover una sociedad saludable y apegada a la Torá.
Y para que no olvidaran que tanto mujeres como hombres tienen sus responsabilidades intrínsecas, que es menester que sean llevadas a término para beneficio de todos.
Cada uno es imprescindible en el sistema diseñado por Dios, puesto que el sistema funciona correctamente en tanto cada cual esté ejerciendo la función que les es propicia.
Tal como podemos discernir de las palabras:

«Todos vosotros estáis hoy delante del Eterno vuestro Elokim: los jefes de vuestras tribus, vuestros ancianos, vuestros oficiales, todos los hombres de Israel, vuestros niños, vuestras mujeres y los forasteros que están en medio de vuestro campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca tus aguas.»
(Devarim / Deuteronomio 29:9-10)

Autoría de la Torá y sus preceptos
Un tercer motivo lo podemos descubrir en lo que expone Rashi sobre las palabras declaradas por Dios «bien dicen«.
El breve comentario es: «los ojos de ellas vieron lo que Moshé no vio«.
Lo cual nos ilustra acerca de un hecho conocido, pero generalmente olvidado.
La Torá no es obra de Moshé.
Mucho menos de una dispar colección de hombres.
Sino que es la perfecta obra del Todopoderoso, y que fuera revelada por intermedio de Moshé.
Puesto que… «los ojos de ellas vieron lo que Moshé no vio«.
Moshé fue, es y será, el más grande de los profetas.
Su intimidad con Dios no tuvo, tiene o tendrá parangón.
Su rol en la historia de la humanidad fue único, sin nadie que se le asemeje.
Pero, Moshé no era más que un mortal, un ser de carne y sangre, una persona con sus limitaciones y sus flaquezas.
Y la Torá no se cansa en remarcarlo: Moshé fue grande, pero siempre hay Uno que es el más grande. Moshé fue el siervo que humildemente cumplió su parte, mientras que Dios es por siempre el Rey.
La autoría de la Torá y el lugar de Moshé quedan nuevamente constatados explícitamente al cierre de la parashá:

«Moshé [Moisés] habló a los Hijos de Israel conforme a todo lo que el Eterno le había mandado.»
(Bemidbar / Números 30:1)

Cuestión de perspectiva
Vinculamos el sabio comentario de Rashi con otra gran enseñanza, esta vez de Hillel: «No juzgues a tu amigo hasta que no estés en su situación» (Avot 2:4).
Vivimos en un mundo plagado de pre-juicios, de ideas que son pre-concebidas.
Aunque no sea saludable ni beneficioso, es más cómodo emplear estereotipos, frases hechas, eslóganes, convencionalismos, rutinas, dogmas de fe, lo que otro me mandó pensar y creer, etc.
Puesto que, detenerse a criticar nuestras vidas (lo qué hacemos, pensamos, sentimos, y aquello que NO estamos haciendo) resulta ser un ejercicio extenuante y a menudo doloroso, pues implica verse sin máscaras, observarse claramente sin convenientes eslóganes que vienen en nuestra ayuda.

El relato de las hijas de Tzelofjad está precisamente para denunciar esta comodidad poco propicia para los planes que Dios tiene con nosotros. (Comodidad de la fe ciega que es perjudicial al crecimiento, tal como lo es la rebeldía).
Para que nos paremos un momento cada día a analizar lo que estamos haciendo,
para que nos propongamos quitarnos por un rato nuestras gafas y ponernos otras que sean positivas,
para que dejemos de dar por sentado las cosas,
y para que busquemos preguntas allí donde solamente encontramos siempre respuestas…

¡Les deseo Shabbat Shalom UMevoraj!

Moré Yehuda Ribco

 

Relato

En su época hubo personas que consideraban al Baal Shem Tov como una persona extraña, diferente a lo normal.
Por ejemplo, se cuenta que tenía por costumbre sentarse por las noches a la vera del río, bajo el maravilloso manto de oscuridad perlado de estrellas, y allí compenetrarse con la absoluta calma y quietud del lugar.
Se sumergía en la contemplación del espectacular Universo, mientras se zambullía en sí mismo.
Quieto su cuerpo permanecía observándose en la oscuridad.
Era la oportunidad que se daba para observar al observador.

Una noche, al regresar desde el río rumbo a su hogar, pasó junto a la mansión de un hombre rico.
El vigilante, como habitualmente estaba de pie junto a la pesada puerta.
El hombre estaba intrigado porque cada noche veía a este hombre pasar.
Por fin, carcomido por la curiosidad, y seamos sinceros, también por el aburrimiento, le dijo: ‘Perdone señor. Debe disculparme, pero me intriga poderosamente saber para qué va al río por las noches. Usted debe saber que no pasa un día sin que me haga esta pregunta. Yo realmente no quiero ofenderlo, pero me urge saberlo. Al punto que en más de una ocasión lo he seguido secretamente hasta la margen del río, y allí lo veo a usted sentado, sin hacer nada. Perdóneme si lo ofendo, pero es más fuerte que yo esta curiosidad.’
El Baal Shem Tov le respondió amablemente: ‘Por favor, no te disculpes. Ya sabía que tú me has seguido algunas noches, porque es tal el silencio que tus pasos sonaban como tambores en mis oídos. También no es sorpresa que tú acechabas detrás del portón, pues percibía tu mirada sobre mí. Y quiero confesarte algo, no sólo tu sientes curiosidad, ya que yo también estoy curioso acerca de ti. ¿A qué te dedicas?’

El guardián contestó: ‘Aquí me ves, soy un guardián. A eso me dedico cada noche, vigilo para que nada malo le pase a los patrones que me han encomendado esta tarea.’

El Baal Shem Tov le respondió: ‘¡Cuán parecidos que somos! Yo también soy un guardián.’

El vigilante dijo: ‘Por favor, no me tomes el pelo. Si eres vigilante deberías estar
custodiando alguna casa, pero tú estás sentado al costado del río. ¿Acaso vigilas que el río no se desborde?’

El sabio replicó: ‘Es en esto en lo que nos diferenciamos. Tú te ocupas de cuidar la casa de tus patrones de los intrusos; mientras que yo dedico mis esfuerzo a vigilarme, de cuidarme exhaustivamente para no perjudicar con mis acciones y omisiones la propiedad de mi Patrón.’

El guardia dijo: ‘Es extraño tu trabajo. ¿Cuál es tu ganancia con él?’

Y respondió: ‘Mi trabajo es mi recompensa. Un solo momento de defender la propiedad de mi Patrón es más valioso que todas la riquezas y gozos del mundo’.

El guardián dijo: ‘Nunca había oído algo así. Desde que tengo memoria he estado vigilando la propiedad de mis patones y jamás he experimentado algo parecido a lo que dices.
Si me permites, quisiera mañana acompañarte a las orillas del río, para aprender de ti aquello que me puedas enseñar.’

El maestro: ‘Será un placer ayudarte, y realmente será muy fácil enseñarte, ya que tú ya sabes qué es vigilar y cómo se hace, ahora sólo queda que aprendas a mirar en una dirección distinta, a una dirección que hasta ahora no has dirigido tu mirada: hacia lo que estás haciendo con tu vida.’

Preguntas para meditar y profundizar:

  • ¿Cómo se puede relacionar este relato con el comentario que brindamos de la parashá?
  • ¿Cuál crees que era específicamente la propiedad que vigilaba el Baal Shem Tov?
  • Fue escrito en nombre de la Torá: «Bienaventurado el hombre que me escucha velando ante mis entradas cada día, guardando los postes de mis puertas. Porque el que me halla, halla la vida y obtiene el favor del Eterno. Pero el que me pierde se hace daño a sí mismo…» (Mishlei / Proverbios 8:34-36). ¿Qué nos está queriendo enseñar Salomón con estas palabras?
  • ¿Qué quiso decir el salmista con la frase: «Los cielos cuentan la gloria de Elokim, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos» (Tehilim / Salmos 19:2)?
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