EL PODER REAL DEL PUEBLO JUDÍO: EL ESTUDIO DE LA TORÁH

EL PODER REAL DEL PUEBLO JUDÍO: EL  ESTUDIO DE LA TORÁH
Por Shaúl Ben Abraham
Para Serjudio.com

Voltaire, el famoso ilustrado, se equivocaba con rotunda ignorancia cuando, con más ligereza que acierto, declaraba que los judíos “Estuvieron tan lejos de tener escuelas públicas para la instrucción de la juventud, que ni siquiera tienen un término en su idioma que exprese esta institución (…)”1Esa afirmación puede refutarse fácilmente con una búsqueda lexicográfica –por cierto no muy exhaustiva-  a la que acompañen detalles históricos que atestigüen el valor, la importancia y el papel decisivo que ha jugado la institución educativa en la vida judía. Y ese es el objetivo de estas pocas páginas.

No sé a qué idioma se refiere Voltaire, pero si se trata  del hebreo aquí hay algunas de las palabras que indican todo lo contrario: מדרש/Midrash (estudio), que se origina del verbo דרש /drash (búsqueda, investigación); למד /lamad, verbo de carácter transitivo que puede tener el sentido de “enseñar”, “aprender” y con un sentido implícito de “motivar a aprender”; el verbo אלף /álaf (enseñar); להג /lahag (estudio). לקח /leqaj: enseñanza, doctrina, instrucción; מוסר/musar, con igual significado a la anterior más el sentido de “educación”, y de hecho señala una educación muy particular: la ética. Para designar aquellos que enseñan el hebreo presenta las siguientes palabrasאמן  /omen (tutor, educador) y su versión femenina אמנת/omenéh (nodriza); מורה /moréh (instructor, guía) y רבי /Rabí, “mi grande”, “mi Maestro”; además de haberse popularizado la expresión, especialmente en regiones donde las escuelas para niños se habían establecido  אלוף בית מדרש לילדים /aluf beit midrash liladim (Jefe de la casa de estudio de los niños) y la muy conocida ישיבה  /Yeshibáh, palabra para Escuela o Academia. Pero vamos más allá de la semántica y cuestionemos esa idea que pretendo refutar con pruebas incontrovertibles, tomadas de las fuentes judías.
En las páginas de la Toráh y del Talmud, Dios y los rabinos siempre se presentan como educadores del pueblo que dejan la enseñanza como su máximo legado; de hecho la famosa palabra Toráh, mucho antes de tener la acepción de “ley”, tiene el sentido de enseñanza o instrucción. La identidad del judaísmo se deriva de esta fuerte percepción de la realidad: Dios les ha dado su enseñanza (Toráh) y ellos, a su vez, deben impartirla.  De esta manera la díada indisoluble de enseñanza–aprendizaje2 en el pueblo judío se considera una petición de principio para entender su esencia.
Por la Toráh el pueblo judío ha sobrevivido y se ha mantenido durante generaciones haciendo de ella una prerrogativa para sus miembros desde los tiempos en que Moshéh enseño la Toráh a los Hijos de Israel en el desierto, como lo dice la máxima expresión de conciencia del judaísmo (Devarim/Deuteronomio 6: 4-9), el shemá3: “Oye, oh Israel: El Eterno es nuestro Dios, El Eterno es Uno. Amarás a El Eterno, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todos tus recursos. Y estas palabras que yo te ordeno hoy estarán sobre tu corazón. Las enseñarás con profundidad a tus hijos y hablaras de ellas cuando estés sentado en tu casa, mientras andes en el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas como una señal sobre tu brazo y como insignia sobre tus ojos. Y escríbelas en las jamabas de tu casa y sobre tus portales”. 

Como muchos saben la ciencia de la educación es actualmente una carrera respetable en toda universidad occidental que se precie; muchas veces se ha pensado que la educación pública, obligatoria y temprana, es un invento cristiano del siglo XI, como lo aseguran los historiadores de occidente; eso es cierto de algún modo en lo que se refiere a los países que se vieron sometidos bajo el influjo cristiano, pero mucho tiempo atrás ésta ya se había prescrito en Israel desde antes del siglo III a.e.c.  Las instituciones educativas han sido parte del judaísmo muchísimos años antes que la primera e incipiente escuela cristiana se formara, de igual modo las academias de estudios superiores, las Yeshibot, ya eran cosa corriente, e incluso entraban en competencia con las similares de Grecia de los tiempos helenistas.

En tiempos talmúdicos (siglo I a.d.e al siglo IV e.c) fue cuando la educación quizás adquirió más importancia, al no tener el pueblo judío una nación unificada por su territorio y por su centro de culto, el  Templo de Jerusalem. En dicho período fue cuando se hizo evidente y necesario un  acondicionamiento cultural que procurara estrategias propiamente judías para mantenerse al margen de tradiciones distintas el estudio de la Toráh fue la clave para mantener su vínculo espiritual con todo aquello que formaba su identidad.

En uno de los tratados de la Mishnáh, que más ha influenciado al judaísmo postanájico, el Pirké Abot (5: 24), el rabino Yehudáh Ben Temá ya prescribía todo un derrotero de la vida judía cuyo eje era el estudio. Él declaraba: “… a los cinco años debe estudiarse las Escrituras; a los diez, la Mishnáh; a los trece debe cumplirse los preceptos y a los quince estudiar la Guemaráh”. ¿Cuándo se podía dejar de estudiar? Nunca: en vida no porque la misma Toráh prescribía que todos los días de la vida había que estudiarla, y la misma tradición oral sostenía que aun el otro mundo, el Olam haBa, era para los sabios un lugar dónde profundizarían los temas que en esta vida trataron.

En esta época el maestro de escuela era tan importante, que incluso se considera que podía acceder al favor divino y podía provocar milagros. El Talmud (Taanit 24a) narra una historia bastante diciente del valor que podía tener la enseñanza: “Rav llegó a cierta localidad, y prescribió un ayuno para remediar la sequía que allí se experimentaba. El lector de la congregación dirigido el servicio, y cuando hubo pronunciado las palabras “él ordena al viento que sople”, inmediatamente el viento empezó a soplar. Apenas dijo “hace nacer la lluvia”, empezó a llover. Entonces Rav le preguntó: ¿cuál es tu merito especial? Y él respondió: soy maestro de primera enseñanza, y enseño tanto a los hijos del pobre como a los hijos del rico. Si uno de ellos no puede pagarme honorarios, se los perdono. Además, tengo un vivero, y cuando un alumno no pone atención a sus estudios, me lo gano dándole algunos pescados de mi vivero, y así logro que se ponga a estudiar regularmente”. 

De hecho la aplicación al estudio llego a ser tan importante que se consideraba como uno de los signos de devoción que un judío piadoso podía lograr, sobretodo sí el interesado en dicha práctica quería alcanzar la sabiduría con fines no egoístas y por eso el Talmud (Nedarim 62a) se asegura: “Nadie debería decir: quiero dedicarme a estudiar la Escritura para que me puedan denominar sabio; quiero estudiar la Mishnáh para que mi prójimo me aplique el calificativo de maestro; quiero enseñar para poder llegar a instructor de la Academia. Estudia por amor, y el honor te vendrá por sí mismo.” Ahora bien ese amor no es así mismo sino a la Presencia Divina que es atraída por la fuerza del estudio, como dice el Talmud (Berajot 6a) “¿De dónde sabemos que la Shejina (Presencia Divina) reposa con toda persona que se sienta a estudiar Torá? Porque dice el versículo: “Dondequiera que Yo permita mencionar Mi Nombre, iré a ti y te bendeciré” (Shemot/Éxodo 20:21).
Podría mencionar cantidad de casos históricos en el que la educación tenga el primer plano de interés en la práctica judía. Por citar uno de ellos, Werner Keller4, al hablar de la situación en Polonia de los judíos de finales de la Edad Media, menciona al rabino Natán Honover de Zalaw, que enfatiza lo importante que fue para estas comunidades la actividad de enseñar, y como en ellas se había aplicado todo un sistema que serviría para perpetuar y mantener segura la educación: “En cada comunidad existe una jeschiwa (sic) cuyo director recibe un sueldo bastante crecido para que pueda dedicarse sin preocupaciones a la dirección de la escuela, así como a su actividad docente. Las comunidades protegen asimismo a los bachurim (estudiantes) adjudicándoles una determinada cantidad de dinero semanal. Por su parte, cada uno de estos jóvenes está obligado a enseñar al menos a dos muchachos para, de este modo, ejercitarse en la explicación del Talmud y en la aclaración de sus problemas … Una comunidad de cincuenta familias, por ejemplo, sostenía al menos treinta jóvenes maestros juntamente con sus muchachos, pues cada familia alojaba en su casa a un joven maestro con sus dos muchachos… en todas las regiones del reino de Polonia no había ni una familia en la que no se estudiara la Torá”. 

Así pues el estudio es un valor decisivo para constituir la identidad judía. Muchas personas que hacen su proceso de giur, como yo, buscan de muchas maneras afianzar su judeidad tomando en muchos casos elementos circunstanciales o secundarios que por fama o por ignorancia pasan a volverse principales. No niego que esas cosas (como el vestuario o la jerga) tengan su efecto real sobre los modos de vida y el comportamiento, pero considero que cosas como el estudio son muchísimos más relevantes: el estudio a mi juicio, y no sin prueba alguna, me parece fundamental a la hora de formar nuestra identidad como am-jajam venavon (pueblo sabio y entendido; cf.  Devarim 4:6)     
Y ciertamente este sentido de estudio se aplica a toda materia de conocimiento, como bien  me lo hacía notar uno de los encargados de la Jebrá Kadishá de la comunidad judía de la ciudad de Cali (Colombia) después de mi visita al cementerio hebreo: “Del pueblo judío han dicho que es el Pueblo del Libro haciendo referencia a la Biblia; yo creo que no es solamente ‘el pueblo del libro’ por la Biblia; lo es por todo libro, porque vera usted para nosotros los judíos no hay nada mejor que prepararse y estudiar mucho”.  Y en efecto hasta al final de la vida, un judío estudia o debe estudiar, así como al principio desde la niñez dónde mejor se siembra el amor por el conocimiento, como lo dice un midrash5: Alguien preguntó: ¿Cómo se puede abatir al pueblo judío? Y se le respondió: acércate a sus casas de estudio y a sus casas de oración. Si no oyes las voces de sus niños cantando, podrás abatir a este pueblo. Pero si oyes los cánticos de estos niños, no podrás hacerlo nunca.

Si hay un poder real en el pueblo judío, antes que la economía, antes que el poder militar, antes que todos esos defectos hechos armas que nos endilgan los judeófobos, es el poder del estudio, el poder de transformarse escuchando, leyendo, pensando e intentando vivir todas aquellas grandes ideas que los sabios de todas las generaciones nos han dejado.

 

1 Cf.  Perednik, Gustavo Daniel. 2001. La Judeofobia. Cómo y Cuándo Nace, Dónde y por qué pervive. Flor del Viento Editores, Barcelona, pg. 121. Es famosa la poca simpatía que Voltaire, uno de los padres de la Enciclopedia francesa, sentía hacia los judíos, un buen ejemplo de ello se puede encontrar en un artículo dedicado a la marquesa de Chatelet, llamado precisamente “Los judíos”, de su libro Lettres Philosophiques.

2 Lo que en términos de la mística judía –que es la vertiente más popular entre los no judíos-  se expresa como Qabaláh-Massoráh, es decir recepción-transmisión.

3 Tomado de la versión: La Tora, 1999. Edición de Daniel Ben Izjak Ediciones Martínez Roca.

4 Keller, Werner. 1985. Historia del Pueblo Judío. 2 Tomos, Editorial Sarpe, Madrid, pg 116-117.

5 Citado en Veghazi, Esteban. 1978. Las Fuentes del Judaísmo, Biblioteca Judía Escolar, Editado por la B’nai Brit Distrito 23, Colombia, pg. 31.

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