Si vemos con cuidado el relato de la Salida de Egipto, podríamos preguntarnos si realmente para los israelitas involucrados fue vivido como el pasaje de la esclavitud a la libertad.
Porque, veamos bien el asunto:
«Los egipcios los persiguieron con toda la caballería, los carros del faraón, sus jinetes y su hueste; y los alcanzaron mientras acampaban junto al mar, al lado de Pi-hajirot, frente a Baal-zefón. Cuando el faraón se había acercado, los Hijos de Israel alzaron los ojos; y he aquí que Mitzraim / Egipto venía tras ellos. Entonces los Hijos de Israel temieron muchísimo y clamaron al Eterno. Y dijeron a Moshé : –¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para morir en el desierto? ¿Por qué nos has hecho esto de sacarnos de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto diciendo: ‘Déjanos solos, para que sirvamos a los egipcios’? ¡Mejor nos habría sido servir a los egipcios que morir en el desierto!»
(Shemot/Éxodo 14:9-12)
Habían pasado ya seis días cruzando el desierto, rumbo a esa prometida libertad, pero solamente encontraban desolación y rocas de muerte.
Para colmo, delante no estaba la Tierra tanta veces soñada y que había sido prometida a los Patriarcas, sino que se encontraba un obstáculo infranqueable, el mar conocido como “Suf”.
Y para completar la desgracia, el Faraón había cambiado de parecer y venía al galope asesino para capturarlos, masacrarlos, y regresarlos como despojos de esclavos a la servidumbre más vil.
Sabemos que el Midrash nos cuenta que se establecieron 4 grupos entre los israelitas, de acuerdo a la perspectiva futura:
1. los que decían de entregarse al Faraón, sufrir el castigo y regresar como pudieran a la esclavitud.
2. los que preferían cometer suicidio colectivo y llenar la panza del desierto con sus cadáveres.
3. los que se organizaron para confrontar militarmente a la fuerza infinitamente más poderosa, entrenada y equipada de Egipto.
4. los que se paralizaron de toda acción e iniciativa, solamente atinando a rezar sin otra respuesta posible.
Y ninguna de estas cuatro agrupaciones representaba la Voluntad Divina, pues el Eterno había dicho que avanzaran con confianza hacia el embravecido mar, que Él les abriría un camino para su redención.
Sin embargo, no era ésta la opción que habían aceptado la enorme mayoría de los israelitas.
Según un midrash fueron los de la tribu de Biniamín los que acataron y se metieron al mar, aunque éste seguía firmemente ahogando las esperanzas de escapar.
Según otro midrash, bastante más conocido, fue el hijo de la tribu de Yehudá, don Najshón hijo de Aminadav el que se aventuró a confrontar la realidad solamente armado con la EMUNÁ (¡que no es fe!) en el Creador.
Cualquiera de las versiones da el mismo resultado, cuando el mar pareció tragarse al atrevido que se metió en él, es que ocurrió el milagro y las aguas se levantaron formando una muralla a diestra y siniestra, para dar paso al resto de los hijos de Israel.
Luego del fracaso de los egipcios, cuando ya estaban al otro lado de la tierra de opresión, entonaron un canto de alabanza y reconocimiento. Ahora sí, todos ellos estaban confiados en el Creador, satisfechos de haber dados esos pasos que los arrancaron de la casa de esclavitud rumbo a…
¿Rumbo a qué, exactamente?
«Moshé hizo que Israel partiese del mar de las Cañas, y ellos se dirigieron al desierto de Shur. Caminaron tres días por el desierto, sin hallar agua, y llegaron a Mara. Pero no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas. Por eso pusieron al lugar el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moshé diciendo: –¿Qué hemos de beber?»
(Shemot/Éxodo 15:22-24)
¡Estaban nuevamente en un desierto tosco, inhóspito, peligroso, terrible!
Las dificultades no habían terminado, sino que recién comenzaban.
Sí, ellos sabían que Dios estaba con ellos y operaba maravillas para su bienestar, pero: ¡estaban en el podrido desierto!
No era una tierra espléndida que manaba leche y miel.
No había arroyos de fresca agua, ni abundancia de árboles para darles alimento y sombra.
No habían llegado a la parcela que les tocaba, ni tampoco al descanso.
Era un lugar y una época de contienda, de lucha, de sacrificio.
Aunque el Todopoderoso los guiara, y unos días más tarde proveyera de agua abundante, alimentos y protección contra peligros propios del desierto; igualmente no era el paraíso tanto tiempo soñado y prometido en las leyendas que contaban desde la época de los primeros padres de la nación.
Podría haber vencido la desesperación, pero de a poco fue triunfando la gran visión.
Todavía no habían alcanzado la libertad, sino que día a día, con cada nueva dificultad se enfrentaban a sus mochilas esclavizantes para irlas desarmando.,
Con dedicación y empeño, muchas veces tropezando y golpeándose, fueron andando el duro camino para la independencia personal y nacional.
Así quiso Dios que fuera el proceso de la libertad.
Porque Él sabe que si hubiera regalado la libertad de un instante al otro, sin que los libertados participaran, sin que se esforzaran, sin que hicieran el trabajo interno de reparar sus heridas y romper sus cadenas; entonces no hubiera habido realmente ninguna libertad.
Hubieran sido por un tiempo gente escapada de la jaula, pero con las mentes y corazones atrapados y sin salida.
Por ello pasaron necesidades y contratiempos, para fortalecerse, para lograr hacer lo que Dios no podía hacer por ellos.
Cada eslabón que quitaban de sus cadenas, era un logro personal, un mérito que ya era un premio en sí mismo.
Cada paso que daban rumbo a la Tierra de Promisión, era una escalón que trepaban en su perfeccionamiento personal y colectivo.
Por eso fue necesario adentrarse en el desierto, y por esto tenían que permanecer un tiempo allí.
Para lograr la verdadera libertad, no solamente el escape de unas condiciones físicas deplorables.
Las enseñanzas de esta aventura pueden y deben ser replicadas en nuestra vida cotidiana, para encontrar la libertad plena.
En una breve síntesis:
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salir del entorno físico adictivo;
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tomar consciencia de las dificultades de continuar viviendo esclavizado;
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aceptar vivir al descampado, en el desierto, por no tener ya la falsa protección de la zona de confort que en definitiva es la esclavitud;
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ir formando un nuevo y más saludable hábito que reemplace el hábito enfermo y de esta manera construir una nueva identidad más integrada y poderosa.