La parashá Mishpatim continúa a la parashá Itró, no solamente por su ubicación en la Torá, sino porque en realidad fue dictada por Dios inmediatamente después de haber pronunciado los Aseret haDiberot (mal llamados Diez Mandamientos).
Así pues, tiene una conexión sumamente fuerte con aquella impresionante Revelación de la Divinidad ante todo el pueblo de Israel en Sinaí.
Por ello, se podría esperar que contuviera cuestiones metafísicas, alguna referencia mística, mandamientos de la relación del hombre con Dios, bombas de luz de espiritualidad y sin embargo… sin embargo de sus cincuenta y pico de mandamientos nos encontramos con una absoluta mayoría de cuestiones relativas al trato del hombre con su prójimo y alguno que otro para con animales y la tierra de Israel. Son contados con los dedos de una mano los preceptos en esta parashá que refieren a la dimensión de las creencias, de la relación con nuestro Creador, del rechazo a la idolatría.
Entonces, surge de inmediato la interrogante: ¿por qué el Divino Autor decidió que así fuera?
¿No era más lógico que nos diera una buena dosis inicial de reglas rituales, de ideas correctas en lo qué creer, de un manual “religioso”? Veníamos de la tremenda Revelación en Sinaí, de estar rodeados de ángeles, de percibir la Gloria del Eterno, de haber profetizado en masa, de… ¡maravillas y milagros que son fuera de este mundo! Pero el Divino Autor decide hablarnos de cómo tratar al esclavo judío, aquel que terminó en esa condición por haber robado y no haber podido pagar el reintegro. Hablarnos de toros que cornean y de la responsabilidad del dueño. Del pago e indemnización al que hemos lastimado. De hacer justicia incluso cuando nuestro corazón pude favorecer al pobre. De no dar plata a interés al hermano judío. De decenas de cosas muy banales, cotidianas y con cero sabor místico y trascendental.
¡Algo no cierra realmente!
La respuesta habitual que se escucha en boca de los sabios es que adrede, obviamente, procedió el Divino Autor.
Nos quiere enseñar que es trascendental nuestra conducta cotidiana y no solamente esos grandes actos religiosos, ni esos días festivos, ni aquellos rituales rimbombantes. La espiritualidad la encontramos en el día a día, en las cosas más prosaicas, en las relaciones que mantenemos con nuestro vecino, con nuestro enemistado, con nuestro familiar, con el extranjero. Lo sagrado está en cómo comerciamos, cómo comemos, como nos comportamos, cómo hablamos, cómo ayudamos al necesitado o miramos para el otro lado silbando bajito.
¡Dios quiere darnos un baño poderoso de humildad y racionalidad! Para que dejemos de buscarLo en cuevas y sectas, que no pretendamos contactarnos con Él en soledad y meditación extática, que no hagamos de cuenta que solo las cosas de Dios son las que cuentan y las del hombre con su prójimo es la paja que se desecha en la molienda.
Dios quiere que valoremos al prójimo, que fortalezcamos nuestra conducta justa y buena en nuestro trato con él, porque de esa forma realmente manifestamos al Eterno en este mundo.
No a través de rituales y magia, no con ensalmos y cantitos misticoides, no con ropas bizarras y palabras incomprensibles, sino con el trato justo y bueno hacia uno mismo y los demás.
Que tengamos Shabat Shalom y para que sea de más shalom, apoya un buen trabajo de santidad: https://serjudio.com/apoyo